Ayer hizo dos semanas que Mía se fue, y aunque no hay día que no la recuerde, esta mañana me he despertado con ganas de escribirle unas palabras. Tal vez porque aún me cuesta imaginar la vida sin ella. Tal vez porque neceito dejar por escrito todo lo que fue para mí.
Mía era muchas cosas. Cariñosa, sociable, glotona como ella sola... Pero sobre todo, era una compañera excepcional. De esas que llegan una vez en la vida y se quedan para siempre en el corazón. Siempre estaba cerca: en casa, en el taller, en los días buenos y en los que no tanto. Sin hacer ruido, acompañando, con esa mirada tan suya que lo decía todo.
La llamaba "Lobita", porque tenía ese aire salvaje y noble a la vez. Le encantaba saludar a todo el mundo, recibir visitas, estar en medio del ajetreo. Y por supuesto, comer ¡cómo le gustaba comer! Disfrutaba de cada cosa con una alegría que contagiaba.
El 23 de septiembre habría cumplido once años. Y aunque se fue con diez, llenó esa década de amor, ternura y momentos inolvidables. Echo de menos sus presencia cada día. Hay silencios nuevos en casa, rincones vacíos, gestos automáticos que no tienen a quién dirigirse. Pero también hay gratitud. Por todo lo que vivimos juntas. Por todo lo que me enseñó.
Gracias Mía, por tanto.
Por ser alegría, compañía, calma, fiesta.
Mi lobita querida... que huella tan profunda has dejado.
Si tú también has tendido una compañera peluda especial, si estás pasando un duelo parecido o simplemente te apetece contarme tu historia, estaré encantada de leerte.
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A veces compartir lo que sentimos también ayuda a sanar un poquito.
Besitos,
Eva.